George Selgin defiende la idea de que una economía en crecimiento no necesita necesariamente de una inflación positiva para prosperar. De hecho, argumenta que una leve deflación —una caída general de los precios— puede ser un signo saludable de progreso económico, especialmente cuando es el resultado de aumentos en la productividad y no de una contracción de la demanda. Selgin cuestiona la ortodoxia monetaria que considera deseable una inflación constante del 2%, y critica los efectos distorsionadores de las políticas monetarias que buscan evitar cualquier tipo de deflación.
En lugar de temer a la caída de los precios, Selgin propone que las autoridades monetarias permitan que el nivel de precios se ajuste de forma natural según las condiciones del mercado. Esto favorecería una asignación más eficiente de los recursos y permitiría que los beneficios del crecimiento económico —como una mayor producción y tecnología más avanzada— se traduzcan en menores costes para los consumidores. El libro desafía la visión tradicional de los bancos centrales y promueve un enfoque más liberal y basado en reglas del comportamiento del dinero.
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