Lecturas

La política liberal

En Liberalismo (1927), Ludwig von Mises le recordaba a los partidarios del gobierno limitado por la ley y del librecambio que había que recuperar a las masas, a la gente común y corriente. En suma, a las mayorías. Obviamente, Mises estaba pensando en aquel grueso sector social europeo occidental que durante décadas se habían beneficiado del laissez-faire.

Siendo que desde ese impulso a su vez se había ampliado el universo de los jurídicamente iguales ante la ley. A todas luces, un modus vivendi que le hizo concebir a dichas mayorías que la expansión del capitalismo era lo que les había permitido alcanzar mejores niveles de vida. Ello hasta que lo olvidaron.

Así pues, estamos ante un hombre que bregó toda su vida por reestablecer el orden que el discurso y la acción antiliberal destruyeron. Como fiel defensor de la Ilustración, Mises no veía otro modo de oponerse a los enemigos del liberalismo que luchando intelectualmente. A su entender, esa era la principal labor del “político liberal”.

Ciertamente, estamos ante quien no veía otra solución que la de forjar un consenso social procapitalista. Para él, ese era el mejor de los antídotos contra los adversarios de la propiedad privada y el comercio libre. Sólo si la generalidad de miembros de una sociedad confía en esas instituciones, la política y los políticos se tendrán que reubicar en directa relación a los que ejercen derechos desde esos cauces.

Empero, ¿qué sucede si ello no ocurre? ¿Qué escenario se tiene en medio de un panorama donde los beneficiados por el librecambio tienen predilección por las arengas y soflamas de los salvadores antiliberales?

Innegablemente, la ruptura entre política y “pueblo capitalista” será total. Y lo será no tanto porque los políticos anticapitalistas no quieran entender sobre el capitalismo, sino porque el grueso de los electores igualmente comparte ese anticapitalismo en su retórica, aunque no en su diario proceder.

En el mundo de la política de masas son las masas las que imponen la política. Ese aserto Mises lo tenía muy en claro. Por ello de su “solución ilustrada” de apelar a la difusión de argumentos antes que a su imposición. En esa línea, advertía el magno aporte social que el “político liberal” acometía al optar por ser la capa ilustrada del “pueblo capitalista” antes que ser meramente un político.

A diferencia de los que reivindican a unas masas que en puridad desprecian, el liberalismo que Mises buscó salvaguardar no se entendía sin la aprobación de las mismas. De lo contrario, la política pasa a ser vertical y arbitraria. Exactamente como aconteció con el “antiguo régimen”, al que el liberalismo combatió. Tragicómicamente, un esquema que los variopintos antiberalismos resucitaron sin escrúpulos.

Desde esa perspectiva, el punto central en la lucha de Mises por recobrar el liberalismo perdido era volver por el cauce de un tipo de política que sea buena compañera de la inmensa mayoría de gente que se mueve en el plano real. Abiertamente, propugnaba una aproximación humanista y vital.

Su cruzada fue la de convencer intelectualmente antes que capturar el poder. En sus propias palabras: «Hasta los políticos liberales, reconozcámoslo, cuando llegan al poder, relegan a un cierto limbo las ideas que les amamantaron. (…) Sólo la presión de unánime opinión pública obliga al gobernante a liberalizar; él jamás, de motu propio, lo haría.»

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